(Y ahora es cuando se pone interesante)
El procesamiento cognitivo
El término
procesamiento cognitivo hace referencia a la capacidad de conceptualización, razonamiento, adscripción de sentido, solución de problemas y toma de decisiones. Engloba la capacidad de observar y abstraer a partir de la experiencia, de sopesar un abanico de posibilidades de actuación, de planificar el logro de los objetivos y de evaluar el resultado de las acciones. Nuestras acciones de adultos suelen reflejar la relación jerárquica del procesamiento cognitivo volitivo sobre las respuestas emocionales y sensoriomotrices. Podemos decidir (función cognitiva) ignorar la sensación de hambre y no actuar en consecuencia, aunque prosigan los procesos fisiológicos asociados al hambre, tales como la secreción de saliva y la contracción de los músculos estomacales. Dentro de la teoría cognitiva, a este predomino del funcionamiento cognitivo se le denomina “procesamiento descendente”.
Buena parte de la actividad adulta se basa en el procesamiento descendente. Señala Schore (1994, p.139) que en los adultos las “áreas corticales superiores” actúan a la manera de un “centro de control”, y que el córtex orbital domina la actividad subcortical. Podemos pensar en lo que queremos hacer durante el día, perfilar unos planes y a continuación organizamos el tiempo con objeto de satisfacer determinados objetivos. Durante la materialización de estos planes, podemos pasar por alto las emociones y las sensaciones (p. ej., la fatiga, la frustración, el malestar físico). Viene a ser como si estuviéramos suspendidos justamente encima de nuestra experiencia somática y emocional, sabiendo que está ahí, pero sin permitir que se convierta en el determinante principal de nuestros actos. Para la persona traumatizada, sin embargo, la intensidad de las emociones y de las reacciones sensoriomotrices relacionadas con la traumatización dificulta la capacidad del procesamiento descendente de dominar la actividad subcortical.
El procesamiento cognitivo está inextricablemente vinculado a nuestros cuerpos. Las sensaciones corporales, o “indicadores somáticos”, influyen en los procesos cognitivos asociados a la toma de decisiones, la lógica, la velocidad y el contexto del pensamiento (Damasio, 1994, 1999) Las sensaciones corporales de fondo que se activan durante el procesamiento cognitivo forman un sustrato sesgante que influye en el funcionamiento del individuo y en todos los procesos de toma de decisiones y todas las vivencias respecto de sí mismo. (
Este es un componente del Sistema 1 de Kahneman). Si el cuerpo condiciona la razón y las creencias –y viceversa- entonces la capacidad de introspección y autorreflexión –nuestra capacidad de “conocer nuestra propia mente”- estará consecuentemente limitada por la influencia del cuerpo (Lakoff & Johnson, 1999). ¿Cómo podemos, en ese caso, abordar el conocimiento de nuestra propia mente? Si las pautas [las características más o menos fijas] que determinan los movimientos y la postura [la actitud] corporal influyen en la razón, en tal caso la autorreflexión cognitiva podría no ser la única, ni tan siquiera la mejor forma de llevar a la conciencia la forma de pensar. Reflexionar sobre la postura y los movimientos del cuerpo, explorarlos y cambiarlos puede ser igualmente valioso.
EJEMPLO
Terry vino a terapia con el cuerpo “lleno de miedo”. Tenía los hombros subidos, la cabeza encogida, el pecho tirante a causa de la respiración contenida, los ojos moviéndose rápidamente en todas direcciones, y mostraba un reflejo de alarma exagerado. Su experiencia crónica en relación con su cuerpo no confirmaba la creencia “razonable” de que su traumatización había finalizado y de que en el momento actual no corría ningún peligro. Terry dijo que sabía que estaba a salvo, pero sentía como si estuviera en peligro. En terapia, se abordaron las sensaciones y los movimientos de su cuerpo con objeto de desvelar su posible efecto sobre sus creencias, además de cambiar tanto su cuerpo como sus creencias.
En el trascurso de la terapia, Terry tomo conciencia de esta interrelación mente-cuerpo; trabajo tanto a nivel cognitivo como a nivel físico para cambiar sus creencias “incorporadas” en base a relajar los hombros, respirar de forma más profunda y sentir que sus piernas estaban firmemente arraigadas y sosteniendo la parte superior de su cuerpo. Durante esta exploración, salieron a la superficie recuerdos de la traumatización, los cuales fueron abordados y resueltos. Al cabo de varias sesiones, Terry describió un cambio en su cuerpo y en sus creencias: “¡Ahora tengo la sensación de que mi cuerpo me sostiene! Me siento más seguro cuando tengo los hombros más relajados y respiro de una forma menos superficial y menos tensa”.
El procesamiento emocional
Las
emociones añaden un colorido motivacional al procesamiento cognitivo y hacen las veces de señales que nos mueven a advertir y prestar atención a determinados estímulos en particular. Las emociones nos ayudan a emprender acciones adaptativas llamando la atención respecto de los hechos y de los estímulos significativos que se producen en el entorno. (Cristal, 1978; van der Kolk, McFarlane et al., 1996). El “cerebro emocional nos mueve en dirección a las experiencias que buscamos y el cerebro cognitivo trata de ayudarnos a llegar a ellas de la forma más inteligente posible” (Servan-Schreiber, 2003). Según Llinas: “Al igual que sucede con el tono muscular, que hace las veces de plataforma básica para la ejecución de nuestros movimientos, las emociones representan la plataforma premotriz en su condición de elementos impulsores o disuasorios aplicados a la mayoría de nuestras acciones” (2001).
Las personas traumatizadas de forma característica pierden la capacidad de utilizar las emociones como guías para la acción. Pueden presentar alexitimia, es decir, una perturbación en la capacidad de reconocer y de encontrar palabras para describir las emociones (Sifneos, 1973, 1996; Taylor, Bagby y Parker, 1997). Pueden mostrarse distanciados y despegados respecto de sus emociones, manifestando un afecto plano y quejándose de una falta de interés y de motivación en la vida, y de una incapacidad para pasar a la acción. O bien sus emociones pueden ser vividas a la manera de llamadas urgentes e inmediatas a la acción; han perdido la capacidad de reflexionar sobre una emoción y de permitir que la misma forme parte de los datos que guían la acción, y la expresión de la emoción se vuelve explosiva y descontrolada.
El término
procesamiento emocional se refiere a la capacidad de vivenciar, describir, expresar e integrar estados afectivos (Brewin, Dalgleish y Joseph, 1996). Habitualmente las emociones sigue una pauta fásica, que incluye un comienzo, un punto medio [un desarrollo] y un final (Frijda, 1986). Pero en el caso de muchas personas traumatizadas, el final no llega jamás. Las respuestas emocionales a estímulos muy fuertes, tales como una experiencia traumática, no parecen extinguirse (Frijda, 1986) –fenómeno éste que ha sido demostrado en la investigación con animales por Leroux, quien señala que los recuerdos emocionales pueden ser para siempre (LeDoux, 1996).
Las personas traumatizadas suelen mostrar una fijación a las emociones traumáticas de dolor, miedo, terror o rabia. Podría haber toda una variedad de razones para explicar esta fijación: negación o falta de conciencia respecto de la relación entre las emociones actuales y el trauma del pasado; intentos de evitar más emociones dolorosas; incapacidad de “pensar con claridad” (Leitenberg, Greenwald, & Cado, 1992); o incapacidad de distinguir las emociones de las sensaciones corporales (Ogden & Minton, 2000). Además, las emociones pueden estar relacionadas con una amplia variedad de sucesos pasados en lugar de uno sólo (Frijda, 1986). Todos estos elementos contribuyen a revivir de una forma circular y aparentemente interminable las emociones relacionadas con el trauma.
Las emociones son cosa del cuerpo: del corazón, el estómago y los intestinos, de la actividad y de los impulsos corporales. Seamos o no conscientes de estas sensaciones internas, en ambos casos éstas contribuyen a las emociones y son el resultado de las mismas. Las mariposas en el estómago nos dicen que estamos emocionados, la opresión en el pecho nos habla de dolor, la tensión en las mandíbulas nos informa de que estamos enfadados, y la sensación de hormigueo [estremecimiento] por todas partes indica miedo. Damasio apunta que las emociones tienen dos características: primero, la sensación interna, que está “dirigida al interior y es privada”, y segundo, la característica visible, que está “dirigida al exterior y es pública”. (1999)
Así pues, los estados emocionales internos son vividos como sensaciones corporales subjetivas y se reflejan en nuestra forma de presentarnos externamente, ofreciéndoles unas señales a las personas que nos rodean respecto de cómo nos sentimos. La rabia puede ser visible en el gesto de fruncir los labios, cerrar los puños, ojos entrecerrados y tensión corporal general. El miedo se puede comunicar a través de los hombros encorvados, la respiración contenida y una expresión de súplica en los ojos, o bien a través de ponerse en guardia o apartarse del estímulo atemorizante. Estas actitudes corporales pueden ser una respuesta inmediata a una situación actual o un estado emocional crónico y omnipresente.
En terapia, podemos utilizar las manifestaciones físicas dirigidas al exterior para clarificar, trabajar y resolver las emociones relacionadas con el trauma.
EJEMPLO
Una paciente que se presentó con una tensión visible a todo lo largo de los hombros, fue guiada para que advirtiera esta tensión e indagara su posible significado. La mujer dijo que sentía como si la tensión fuera una especie de rabia contenida –una percepción profunda y clara deducida a partir de la conciencia de su cuerpo más que de ninguna actividad mental. Esta observación le condujo a darse cuenta de la creencia errónea de que no tenía derecho a sentir ninguna agresividad hacia su padre, que había abusado de ella. Trabajar la rabia a través de la propia tensión corporal (realizando lentamente el movimiento que la tensión “quería” generar, procesando los recuerdos, creencias y emociones asociadas, y aprendiendo a relajar la tensión) le ayudó a esta paciente a expresarse de una forma más plena y resolver las emociones relacionadas con su experiencias traumáticas pasadas.
En el ejemplo anterior, resultó eficaz trabajar la emoción de la paciente al mismo tiempo que el componente cognitivo de la emoción.
Ahora bien, a pesar de la inextricable imbricación de las emociones con el cuerpo y con las cogniciones, cuando las emociones relacionadas con el trauma como, por ejemplo, el terror, se asocian con una sensación corporal como, por ejemplo, el temblor, el paciente es alentado a diferenciar las sensaciones y los movimientos corporales de las emociones. En estos casos, ayudamos a los pacientes a diferenciar el procesamiento emocional del procesamiento sensoriomotriz.
En nuestra jerga, el procesamiento emocional hace referencia a vivenciar, expresar e integrar emociones, en tanto que el procesamiento sensoriomotriz alude a vivenciar, expresar e integrar percepciones sensoriales/físicas, sensaciones corporales, la activación fisiológica y el funcionamiento motriz. Esta diferenciación entre estos dos niveles de procesamiento es importante dentro del tratamiento del trauma, dado que los pacientes no suelen discriminar entre las sensaciones corporales asociadas a la activación fisiológica o al movimiento y la vivencia [la sensación o impresión] emocional, lo que puede conducir a la intensificación de unas y otra. Si las sensaciones corporales (p. ej., temblor, pulso acelerado) se interpretan como si se tratara de una emoción (p. ej., pánico), cada uno de estos niveles de experiencia -sensoriomotriz y emocional- aumenta de un modo artificial y excesivo, y agrava al otro.
Tanto el pulso acelerado como el pánico se exacerban cuando se vivencian simultáneamente. Si a ello se añade la cognición bajo la forma de una creencia como, por ejemplo, “No estoy a salvo”, la sensación física y la emoción se intensificarán adicionalmente. En esta situación, la activación fisiológica puede aumentar vertiginosamente rebasando el margen de tolerancia de la persona, y la capacidad de integración se verá debilitada. La activación fisiológica se puede abordar, y con frecuencia reducir, separando [anulando la asociación, diferenciando] la emoción relacionada con el trauma de la sensación corporal en base a prestar atención exclusivamente a las sensaciones físicas asociadas a la activación fisiológica (sin atribuirles ningún sentido o significado ni ninguna emoción en particular). Después, una vez que la activación fisiológica vuelve a un nivel tolerable, el paciente puede analizar los contenidos emocionales de la experiencia traumática e integrar una y otros.
EJEMPLO
Un veterano de Vietnam, Martín, vino a terapia para “deshacerse” de sus pesadillas y de su sensación de sentirse emocionalmente desbordado de una forma crónica. En el transcurso de la psicoterapia sensoriomotriz, Martín aprendió a percibir la activación fisiológica mientras la experimentaba a nivel corporal. Aprendió a prestar una atención activa al pulso acelerado y a las sacudidas y los temblores que sintió por primera vez a raíz del combate original y que después revivía con demasiada frecuencia en el contexto de la vida cotidiana.
A lo largo de varias sesiones de terapia, Martín fue aprendiendo a describir sus sensaciones corporales internas, advirtiendo el hormigueo en los brazos que precedía a las sacudidas, la ligera aceleración del pulso y el aumento de la tensión en las piernas. A medida que se fue desarrollando su capacidad de observar y de describir sus sensaciones corporales sujetivas, gradualmente fue aprendiendo a aceptar estas sensaciones sin tratar de inhibirlas.
El terapeuta le instruyó para que se limitara a rastrear [seguir el rastro de] estas sensaciones a medida que iban progresando o “sucediéndose” a través del cuerpo. Cuando el paciente se vuelve plenamente consciente de dichas sensaciones internas, con frecuencia las sensaciones por sí solas suelen transformarse de forma espontánea en otras sensaciones más tolerables (Levine, 1997) Martín aprendió a seguir con plena conciencia la secuencia de sensaciones a medida que iban progresando a lo largo de su cuerpo, hasta que las sensaciones volvían espontáneamente a la normalidad. El paciente advirtió que las sacudidas se iban disipando gradualmente, el pulso finalmente volvía a su línea de base, y la tensión en las piernas se liberaba por sí sola. Después de que aprendiera a calmar su activación fisiológica de esta forma, la terapia procedió a abordar las reacciones emocionales relacionadas con el trauma.
El procesamiento sensoriomotriz
En la práctica clínica de la psicoterapia sensoriomotriz, distinguimos tres componentes generales dentro del
procesamiento sensoriomotriz: las sensaciones corporales internas, las percepciones procedentes de los sentidos y los movimientos.
Las sensaciones corporales internas
El término
sensación corporal interna hace referencia a las miles de sensaciones físicas generadas continuamente por los movimientos de todo tipo dentro del cuerpo. Cuando se produce un cambio en el cuerpo como, por ejemplo, un cambio hormonal o un espasmo muscular, este cambio se puede sentir como una sensación corporal interna. Las contracciones intestinales, la circulación de fluidos, los cambios bioquímicos, los movimientos asociados a la respiración, o los movimientos de los músculos, los ligamentos o los huesos, todo ello genera sensaciones corporales internas.
Las personas con transtornos de origen traumático adolecen tanto de “sentir demasiado” como de “sentir demasiado poco” (Van der Kolk, 1994). Suelen vivir las sensaciones corporales internas como algo irrefrenable y perturbador. La “subida” de adrenalina o las sensaciones de tener el pulso acelerado o de tensión corporal, se perciben agudamente y se vuelven más desconcertantes cuando se interpretan como indicadores de un peligro actual. Y a la inversa, es muy común que las personas traumatizadas sufran una incapacidad de ser conscientes de las sensaciones corporales, o bien una incapacidad de expresar las sensaciones físicas con palabras, lo que se conoce como
alexisomia (Bakal, 1999; Ikemi y Ikemi, 1986) La ausencia de sensaciones corporales y la interpretación subsiguiente (p. ej., “me pasa algo”; ”No siento el cuerpo”; ”Me siento como si estuviera muerto”) pueden ser tan perturbadoras como el exceso de sensaciones.
Las percepciones procedentes de los sentidos
A veces llamada
exterocepción, los nervios sensoriales de nuestros cinco sentidos reciben y transmiten información procedente de los estímulos del entorno exterior. El proceso de recogida de información a través de los sentidos se puede considerar integrado por dos componentes: el acto físico de percibir y la percepción individual de los datos sensoriales (Cohen, 1993). Las percepciones sensoriales pueden dominar la capacidad de las personas traumatizadas de pensar racionalmente.
Dado que se basa en la comparación de la entrada sensorial con los marcos de referencia internos, nuestra percepción –y por consiguiente nuestra conducta- es autorreferencial [hace referencia o remite al propio sujeto y a la propia experiencia] (Damasio, 1994). Nuestras creencias y nuestras reacciones emocionales a los estímulos sensoriales similares anteriores condicionan nuestra relación con los estímulos actuales. Sin las expectativas que influyen en nuestra predisposición [
priming, imprimación, aparejo] perceptual, cada experiencia sensorial sería nueva y nos veríamos rápidamente desbordados. En lugar de ello, clasificamos la entrada de datos sensoriales en unas categorías aprendidas. Ratey señala que “constantemente estamos imprimando [aparejando] nuestras percepciones, adaptando el mundo a lo que esperamos recibir y, por consiguiente, haciendo que [el mundo] sea lo que percibimos que es” (2002).
Esta función de imprimación se vuelve desadaptativa en las personas traumatizadas, que repetidamente advierten y registran estímulos sensoriales que son reminiscencias del trauma del pasado, con frecuencia no advirtiendo los estímulos sensoriales concomitantes que indican que la realidad actual no reviste ningún peligro.
Los movimientos
Los
movimientos se incluyen en el nivel sensoriomotriz del procesamiento de la información, en razón de su componente somático evidente, aunque los lóbulos frontales del córtex, más que las áreas cerebrales subcorticales, se relacionan estrechamente con el córtex motor y el córtex promotor y son los responsables de muchas formas de movimientos. Las mismas áreas del cerebro que generan la razón y nos ayudan a resolver problemas, también están implicadas en el movimiento. Por consiguiente, el movimiento ha configurado y continúa configurando nuestras mentes (Janet, 1925), y viceversa, como lo expresa LLinas: “La mente… es el producto de unos procesos evolutivos que han tenido lugar en el cerebro en
nuestra condición de criaturas que nos movemos activamente y que se desarrollaron de los [niveles más] primitivos a los más altamente evolucionados” (2001, p. ix, las cursivas son nuestras). El movimiento es esencial para el desarrollo de todas las funciones cerebrales: sólo los organismos que se mueven de un lugar a otro necesitan un cerebro; los organismos que se mantienen estacionarios no (Ratey,2002)
Todd (1959) insiste en que la función precede a la estructura: el mismo movimiento hecho una y otra vez acaba modelando el cuerpo. Por ejemplo, cuando las contracciones musculares que preparan para los movimientos defensivos se repiten muchas veces, dichas contracciones se transforman en unas características físicas que afectan a la estructura corporal, lo que, a su vez, afecta adicionalmente a la función. Durante un largo período de tiempo, esta tensión crónica interfiere en la alineación y el movimiento natural del cuerpo, genera problemas físicos (principalmente dolor de espalda, cuello y hombros), e incluso contribuye a mantener las correspondientes emociones y cogniciones. Señalan Kurtz y Prestera: “Estas pautas físicas se vuelven fijas con el tiempo, afectando al crecimiento y a la estructura corporal, y caracterizando ya no sólo el momento en cuestión, sino a la persona. En lugar de una simple decepción momentánea, la postura abatida de desesperanza podría ser indicativa de una vida entera de interminables frustraciones y amargos fracasos” (1976).
Los movimientos y las posturas reiteradas contribuyen, pues, a mantener las tendencias cognitivas y emocionales al generar una posición desde la cual únicamente son posibles las emociones y las acciones físicas pre-seleccionadas (Barlow, 1973). Con frecuencia advertimos la actitud propia del reflejo de alarma en los pacientes traumatizados: los hombros levantados, la respiración contenida, la cabeza hacia abajo y en dirección a la cintura escapular, de forma similar a “a un ciervo bajo la luz de los faros”. La acción del reflejo de alarma altera la alineación equilibrada entre la cabeza y los hombros y habitualmente es transitoria, pero si esta reacción normal a un estímulo novedoso repentino se vuelve crónica, la propia organización física puede predisponer a la persona a sentir emociones de miedo y desconfianza, y pensamientos de peligros inminentes de forma crónica.